A veces pasa
que
al mismo tiempo
que el recuerdo moribundo
de las ciudades te destapa
y muere el incauto valor propuesto,
que has desechado
y cubierto de flores,
la literatura se reaviva,
cobra forma,
se hace de agua y,
ahora sí,
es cuando
finalmente
entiendes,
que tu madre es un pez.