"(...)Los griegos, casi siempre, tuvieron la fuerza espiritual que permite no mentirse; fueron recompensados por ello y supieron alcanzar en todas las cosas el más alto grado de lucidez, pureza y simplicidad. Pero el espíritu que se transmite de La Ilíada al Evangelio pasando por los pensadores y los poetas trágicos, casi no ha franqueado los limites de la civilización griega, y desde que Grecia fue destruida no quedan más que reflejo.
Romanos y hebreos se creyeron ambos substraídos a la común miseria humana, los primeros en tanto nación elegida por el destino para ser dueña del mundo, los segundos por favor de su Dios y en la medida exacta en que lo obedecían.
Los romanos despreciaban a los extranjeros, a los enemigos, a los vencidos, a sus súbditos, a sus esclavos; así no tuvieron ni epopeyas ni tragedias. Reemplazaban las tragedias por los juegos de gladiadores. Los hebreos veían en la desgracia el signo del pecado y por ende un legítimo motivo de desprecio. Consideraban a sus enemigos vencidos como horribles ante Dios mismo y condenados a expiar crímenes, lo que permitía la crueldad y hasta la hacía indispensable. Por eso ningún texto del Antiguo Testamento tiene un tono parecido al de la epopeya griega, salvo quizá ciertas partes del poema de Job. Romanos y hebreos han sido admirados, leidos, imitados en actos y palabras, citados siempre que hubo necesidad de justificar un crimen, durante veinte siglos de cristianismo.(...)"
La Ilíada o el poema de la fuerza, Simone Weil
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