
Se da por consabida una integridad falsa en el literato, recreado en un desprecio disfrazado de curiosidad, acentuación del paisaje, cuando en realidad es una mano, con ojos mudos, los que escupen a un objeto que le infunde asco. Aun pareciendo vegetal que observa, no mancha, no corrompe, destruye el éter que cae bajo la piel de la forma y acentúa la deformidad del envoltorio caduco, ya repleto de cinismo.
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