Pierre
Dumayet - En la Biblioteca
de Humanidades de Gallimard se encuentra Las
palabras y las cosas del señor Michel Foucault. Señor Michel Foucault,
usted habla de la era de la etnología de nuestra propia cultura, ¿qué quiere
decir?
Michel
Foucault - Bien, me hubiera gustado que hubiéramos considerado nuestra propia
cultura como algo tan extraño a nosotros mismos como la cultura de los arapesh o
de los chinos, por ejemplo. Desde luego, hace mucho tiempo que intentamos
retomarla, sea a través del trabajo de los historiadores o del de los
sociólogos. Intentamos retomar como un objeto, como una cosa latente en
nosotros nuestra propia cultura. Pero los historiadores estudian desde la Antigüedad los
fenómenos económicos, los sociólogos estudian el comportamiento afectivo, político
o sexual y creo que hasta el momento no se ha considerado como un fenómeno
extraño a nosotros mismos nuestro propio saber. Y lo que yo he intentado hacer
es tratarlo como si fuera algo que está frente a nosotros, como si fuera un
fenómeno tan extraño y distante como la cultura de los arapesh y he querido
reconstituir todo ese saber occidental que se ha gestado desde la antigua
Grecia y la situación etnológica de nuestro saber.
PD
- Es un poco como mirarse en un espejo, como si fuéramos unos extraños para
nosotros mismos.
MF
- Como si fuéramos unos extraños para nosotros mismos. Existe una dificultad
evidentemente muy grande y es que, después de todo, ¿cómo podemos conocernos si
no es a través de nuestro propio conocimiento? Esto quiere decir que son todas
nuestras categorías del saber las que nos permitirán conocernos y si queremos
conocer precisamente esas categorías del saber nos encontramos en una situación
que es evidentemente muy compleja. Hace falta toda una torsión de nuestra razón
sobre sí misma para retomarla como un fenómeno que nos es extraño. Es necesario
que salga fuera de sí, para que de esta forma se la pueda devolver como un
dedal. Y este esfuerzo, el comienzo de este esfuerzo es lo que estoy intentando
abarcar.
PD
- ¿Cuál sería el etnólogo ideal para ello? ¿De qué raza, de qué nacionalidad
debería ser?
MF
- Bien, se diría que el buen etnólogo de nuestra propia cultura podría ser un
chino o un arapesh. Sólo que, después de todo, ¿con qué categoría, qué marco de
pensamiento este chino o este arapesh podría conocernos a nosotros sino es a
través de los cuadros mentales que son los nuestros? Lo que hace que quizás seamos
nosotros quienes llegaran mejor, si pudiéramos darnos la vuelta sobre nosotros
mismos y vernos en un espejo; quizás somos nosotros quienes están más
capacitados para hacer este trabajo y puedan emprender esta etnología de
nuestra propia cultura. Podríamos evidentemente pedírselo a un marciano, un
marciano cuyo pensamiento llegaría a retomar el nuestro por completo si este
marciano que, evidentemente, pudiera conocernos mejor. Pero eso sin duda es
imposible porque hasta donde yo sé los marcianos no existen.
PD
- Usted enseña filosofía ¿Cree que esa actitud es una actitud de filósofo o lo
contrario?
MF
- En realidad es muy difícil definir lo que es hoy día la filosofía. Durante
mucho tiempo y yo creo que podríamos decir hasta Sartre (incluyendo a Sartre),
la filosofía ha sido una disciplina autónoma - iba a decir encerrada en sí
misma, pero no es así porque la filosofía siempre ha reflexionado sobre los
objetos culturales que se le proponían de alguna forma. Ha reflexionado sobre
Dios porque la teología lo propuso, ha reflexionado sobre la ciencia porque
todo nuestro sistema de conocimiento le ofrecía este objeto, así que la
filosofía es una disciplina abierta pero tiene su método propio, sus formas de
razonamiento y sus deducciones sumamente particulares. Pero me da la sensación
de que la filosofía está desapareciendo. Cuando digo que desaparece no quiero
decir que lleguemos a una época en la que finalmente todo el saber se vuelve
positivo, sino que creo que la filosofía se disuelve en toda una serie de
actividades del pensamiento de las cuales es difícil decir si son propiamente
científicas o filosóficas. Llegamos a una época que es quizás la del
pensamiento puro, la del pensamiento en acto y, después de todo, una disciplina
tan abstracta y general como la lingüística, una disciplina tan fundamental
como la lógica, una actividad como la literatura desde Joyce, por ejemplo, en
general todas estas actividades son probablemente actividades del pensamiento y
ostentan el lugar de la filosofía, y no digo que le quiten el sitio, sino que
son una especie de despliegue de lo que en otro tiempo fue la filosofía.
PD
- ¿Cuál es su idea del hombre?
MF
- Bueno, yo creo que el hombre ha sido sino un mal sueño o una pesadilla, al
menos una figura muy particular, muy determinada, históricamente situada en el
interior de nuestra cultura.
PD
- Quiere decir que es una invención.
MF
- Es una invención. En el siglo XIX y toda la primera mitad del XX se creía que
el hombre era en el fondo la realidad fundamental de la que nos podíamos
interesar. Se tenía la impresión de que era la búsqueda de la verdad del hombre
la que desde el principio de la Antigua Grecia había animado toda la
investigación quizás de la ciencia,
ciertamente de la moral, con seguridad de la filosofía. Cuando miramos
el tema más de cerca nos podemos preguntar si esta idea de que el hombre ha
existido siempre, que estaba esperando ser estudiada por una ciencia o por una
filosofía no era más que una ilusión que se propuso en el siglo XIX. A decir
verdad, hasta el final del siglo XIX, en realidad hasta el final de la Revolución Francesa jamás nos hemos ocupado del hombre como tal
¿No es curioso que la noción de humanismo que atribuimos al Renacimiento, la
noción de humanismo que nos es muy presente, no la podamos encontrar en los
textos? Porque la palabra humanismo es una invención del final del siglo XIX.
Antes del siglo XIX podemos decir que el hombre no existía, que lo que existía era
todo un cúmulo de problemas, de formas de saber y de reflexión donde está la
cuestión de la naturaleza, de la verdad, del movimiento, del orden, de la
imaginación, de la presentación, etc. pero no existía en realidad la cuestión
del hombre. El hombre es una figura que se constituyó al final del siglo XVIII
o principios del XIX y que ha dado lugar a lo que se llamó y aún se llama humanidades.
Este hombre ha dado lugar a toda esta noción de humanismo, del que el marxismo
y el existencialismo son los testimonios más visibles actualmente. Yo creo que,
paradójicamente, el desarrollo de las humanidades nos conduce en muy mayor
medida a la desaparición del hombre que a una apoteosis del hombre. De hecho,
¿qué pasa ahora con las humanidades? Las humanidades no descubren en absoluto
los núcleos concretos e individuales, positivos en cierta manera de la
existencia humana. Muy al contrario, lo que vemos cuando se estudia, por
ejemplo, el comportamiento y la estructura de la familia (que es lo que hacía
Levi-Strauss), o cuando se estudia el gran mito indeoeuropeo como hacía Dumézil
o incluso cuando se estudia precisamente la historia de nuestro saber, nos
damos cuenta de que no se trata en absoluto, no es el hombre en su realidad, el
hombre en lo que pueda tener de positivo, lo que descubrimos es todo un gran
sistema de pensamiento, grandes sistemas de organización formales que son en
cierta manera como el suelo sobre el cual aparecen las individualidades históricas.
Lo que hace que el pensamiento actualmente, la reflexión se invierta
completamente con respecto a lo que era hace sólo unos años. Yo creo que
vivimos actualmente la gran ruptura con el siglo XIX, con todo el principio del
siglo XX y esta ruptura la tomamos en el fondo no como un rechazo, sino como una
distancia respecto a Sartre. Yo creo que Sartre, que era un gran filósofo, aún
es un hombre del siglo XIX, porque toda su empresa ha consistido en querer
llevar al hombre a algún lugar adecuado de su propia significación, en
encontrar todo lo que hay de rigurosamente auténtico en la existencia humana,
en llevar al hombre a sí mismo, posesor de su propia significación que se le
podía escapar y eso es a pesar de todo una filosofía de la alienación, una
alienación que hay que superar; ese es todo el pensamiento de Sartre. Y eso es
exactamente lo contrario de lo que nosotros queremos hacer. Queremos que lo que
hay de individual, de singular, de vehiculado en el hombre sea algo así como
una quinta dimensión superficial, por encima de los grandes sistemas formales. Y
el pensamiento de nuestros días debe reconstituir este sistema formal sobre el
que flota en ocasiones la espuma y las nubes de la propia existencia.
PD
- Una pregunta para ver si he comprendido bien. No veo cómo una toma de
conciencia, una latitud política podría cubrir su campo de trabajo.
MF
- Por supuesto. Sin lugar a dudas es la pregunta que nos hacemos en todas las
formas de reflexión que están en el proceso de destruir un mito y que aún no
han reconstituido una nueva mitología. Por ejemplo, durante mucho tiempo la
filosofía mantuvo con la teología una parentela tal que estaba en manos de la
filosofía definir qué moral o qué política se debía y podía deducir de la
existencia de Dios. Cuando la filosofía y en general la cultura occidental descubrió
que Dios había muerto se dijo: Si Dios ha muerto, todo está permitido, ya no
hay moral posible. Si Dios ha muerto, ¿qué política debemos adoptar o desear? Entonces
la experiencia probó que las reflexiones moral y política jamás habían sido tan
activas, tan fuertes, tan abundantes como después del momento en que supimos
que Dios había muerto.
PD
- Entonces es cuando aparece la figura humana, el hombre estaba allí.
MF
- El hombre estaba allí, pero ahora que el hombre está desapareciendo nos
hacemos la misma pregunta que se hacían los que proclamaban en su momento que
Dios había muerto. Decimos: si el hombre está muerto, entonces todo es posible.
O más exactamente, decimos: todo es necesario. Lo que descubrió el amor de
Dios, esa gran ausencia del Ser Supremo era el espacio de la libertad. Lo que desvela ahora la desaparición del
hombre en este espacio que ocupaba el hombre, ahora eliminado, es la trama de una
especie de necesidad, la gran red de sistemas a la que pertenecemos. Decimos
entonces que todo es necesario. Y es probable podamos debatir de la misma forma
sobre todo ese acopio de espacio de libertad dejado por el amor de Dios y sobre
los grandes sistemas políticos y morales como el marxismo, Nietzsche o el
existencialismo. Sobre toda esta trama de necesidades que ahora intentamos explorar
veremos surgir grandes opciones políticas y morales.
PD
– Más frías, ¿no?
MF
– Más frías, sin duda. Y debo decir que incluso si no las vemos surgir, porque
no podemos predecir el futuro, tampoco es muy grave. Se ha descubierto durante
los últimos cincuenta años que la literatura no estaba hecha para distraerse,
ni la música para dar sensaciones viscerales. Me pregunto si quizás no nos damos
cuenta de que el pensamiento tiene otras muchas cosas que hacer que prescribir
a los hombres lo que ellos deben hacer. Sería muy bello que el pensamiento
llegara a pensarse completamente a sí mismo y que pudiera descubrir qué hay de
inconsciente en lo que nosotros mismos pensamos.
Traducción propia
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