Basta expiar el envío de pieles a granel,
los diamantes rezumando eco en sus oquedades,
los mistéricos ritos del plástico imparcial
para sondear su tenue silueta.
No hay más que secar el brote de mala hierba
y destilar, al gusto, la salvia sin fermento
para trazar los dominios de su edad huraña -
golpes de ciego con bastón de plata.
Si oye el rumor del trueno chocar con nueces vanas,
verá cómo la cumbre se burla de la raíz;
raíz, saciada de tiempos, que no crea sombra.
Cabeza incendiada con fríos pies.
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