[Hartford, Connecticut]
17 de octubre de 1945
Querido
caribeño:
No
he podido escribirte en parte debido a la enfermedad de mi taquígrafo, pero las
noticias de Pompilio son especialmente llamativas. De hecho, he pasado un rato
pensando en la vida en Villa Olga: el joven hombre de letras enfrentándose al Negro,
por no hablar de Lucera, la encarnación del principio masculino. Posiblemente
el Negro y Pompilio sean intercambiables. La verdad es que he estado pensando
un poco en la posición del hombre ignorante a la que, por conveniencia,
llamamos sociedad y lo he hecho desde este punto de vista: que le hemos dado
demasiada importancia a todo en el mundo y que quizás el único hombre realmente
feliz, o el único hombre con algún margen amplio de felicidad posible, es el
ignorante. La elaboración de las ideas más banales como, por ejemplo, la de
Dios, ha sido sumamente destructiva para estas ideas. Pero el ignorante no
tiene ideas. Su problema es que aún tiene sentimientos. Pompilio ni siquiera
los tiene. Pompilio es el realista vacuo que sólo ve lo que puede verse sin
sentimientos, sin imaginación, pero con grandes ojos que no necesitan
espectáculo alguno.
Tu
grupo de Villa Olga me absorbe. Me cuentas de ti que has leído y escrito, y
cuidado de tu jardín. Te gusta escribir
a gente lejana sobre cosas tan irreales como los libros. Es un caso común. Conozco
a un hombre en Ceylon con quien he mantenido correspondencia durante unos años.
Es inglés, un hombre de Oxford y abogado, creo, pero en realidad se gana la
vida y la de su familia cultivando cocos en un lugar llamado Lunawila, en una
provincia, o distrito o como se llame de Kirimetyana. Desde las hondonadas de
su distanciación con todo extrae, porque necesita hacerlo, de la poesía y sus
lecturas por lo general mucho más de lo que tú y yo extraemos de las cosas que
poseemos en tanta abundancia, o que podríamos poseer porque están al alcance de
nuestras manos.
No
sé por qué no me preocupo mucho de Lucera. La imagino entre los arbustos por la
noche mirando tu lámpara, a cierta distancia, y preguntándose qué demonios
estás haciendo. De estar en tu lugar, ella estaría comiendo. Sin duda se
pregunta si comes palabras. Pero me enorgullece muchísimo conocer ahora a
Pompilio, que no tiene que despojarse de nada para ver las cosas tal y como
son. Dale por favor un ramo de zanahorias de mi parte. Esto es mucho más serio
de lo que podrías pensar al leer por primera vez la carta. Aquí tenemos un
limpiabotas, es decir, un hombre que viene muchas veces a la semana. Habla a
menudo de sí mismo y de su juventud. Entonces, era pastor en Italia. Utiliza figuras
discursivas como esta: Estaba cansado y me tendía debajo de un árbol como un
perro. No he exagerado en absoluto. Apenas es una figura discursiva. Se parece
mucho a ti mismo, sentado debajo de un árbol en Villa Olga y dándote cuenta de
que el mundo es como lo ve Pompilio, excepto para ti, o que el mundo es como lo
ve el Negro, porque probablemente lo vea exactamente igual que Pompilio. Pero
Lucera lo hace de una forma especial, con la gentileza y la ternura visibles en
su rostro.
Todo
esto me ha dejado muy poco espacio para hablar de las cosas que has estado
leyendo. Creo, por tanto, que no hablaré de ellas en absoluto y que en lugar de
eso voy a intentar plantearte una pregunta sobre el valor de la lectura. La
verdad es que el deseo de leer es insaciable, y debes hacerlo. Sin embargo,
también has de pensar. El aislamiento intelectual pierde valor bajo la compañía
de los libros. Creo que te mandé hace tiempo una cita de Henry James sobre la
vida en el mundo de la creación. Un mundo de creación es una de esas áreas, y
sólo una, del mundo del pensamiento y no existe pasión comparable a la de pensar,
que se fortalece al tiempo que uno lo hace, aunque nunca se piense en nada de
particular interés para otra persona. Pasar así una hora o dos al día, incluso
aunque al principio estés desconcertado por la confusión y la falta de rumbo de
tus pensamientos.
Anoche
saqué la segunda acuarela de Mariano de la caja donde guardo ese tipo de cosas
y la coloqué en un marco. Es un dibujo de una mujer sentada en un fauteuil aún descalza. Tiene un color y
unas maneras curiosas y fáciles de reconocer como cubanas. No lo he colgado
antes, a diferencia del boceto de las piñas que coloqué de una vez por todas,
porque quería buscarle un marco especial, pero he estado tan poco en Nueva York
que pensé que podía hacerlo yo mismo, como finalmente he hecho. Intentaré ir a
la exposición de Mariano.
Hay
una nota sobre Scott Fitzgerald en el Partisan
del señor [Andrews] Wanning este mes. Está muy bien hecha. Es curioso que
Fizgerald estuviera interesado en tanta gente simplemente porque tenían dinero
y vivían lujosamente. El hombre más rico que conozco parece no ser nunca
consciente de que le resulta repugnante no tener dinero y vivir en la opulencia.
Sin embargo, cuando era joven fue a Europa a estudiar música y comenzó a vivir
en Francia, donde aún sigue, y allí, más que en ningún otro sitio, la actitud de
uno hacia el dinero y el lujo, mientras existe, se intensifica gracias a muchas
otras cosas que no se encuentran aquí.
No
se te olvidará echarle un vistazo a Pompilio con mi perspectiva. No hagas
ningún dibujo de él para mí. Ni me hables del maravilloso tiempo de tus
provincias orientales. Dale un ramo de zanahorias e insúltale de una forma
decente, sólo para demostrar tu interés en la realidad.
Siempre
tuyo,
Wallace
Stevens
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