Composition. Pietr Mondrian (1917) |
Qué hermosa puede ser la divisa de Voltaire de que "la escritura es la pintura de la voz", cuando la quiero entender con mirada firme, impasible y al mismo tiempo entusiasta de la técnica. Hermoso es pensar en palabras frenéticas a lo Boccioni o pulcras y severas como un Mondrian de 1917. No es sólo la voz lo que provoca la curva del enunciado, es más, no es más que la tierra en la que surge, se curte y yace, que bien visto no es poco.
Y aunque la lingüística me empalaga y sus teóricos me atosigan en hurdes, como si mi oficio no me dejara margen para pasar de lado, la idea no enunciada (y subrayo esto) de la lengua es uno de mis mayores gozos. Como decir que el paisajismo holandés me carga los sesos, cuando sin los nórdicos qué sé yo qué Ana sería. Cualquier otra, sin duda.
Veo mis preocupaciones encaradas con el gusto de la astucia, de la certera malicia de la exactitud. Porque Yourcenar es consciente de su derecho a una imagen exacta - bien lo dice entre los interloquios de la conversación - que corrobora con el ambiente algo ingenuo del sala de estar aislado, con sus platitos de porcelana, que es el único lugar que existe en el mundo, de la conversación que mantiene con ese periodista, a quien no le da tiempo a segregar lágrimas de tan abiertos los ojos, qué jolgorio de admiración.
Todo lo que pueda decir de esta entrevista es tan personal como impropio y puede volcarse más fácilmente frente a una copa que en líneas torpes. Y no por ello le resto crédito, ese medio también es lícito, aunque a veces la triste ambición y el tambaleante orgullo reclamen lo contrario. Por ahora, lo más que puedo hacer es prometerme a mí misma la proteica disciplina del fallo y error (en suma, del ejercicio) e invitar humildemente a darle al play a este vídeo para oír lo que Yourcenar no ha callado.
A su disposición,
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